Mario, en un Feiraco-Tenerife allá por 1985 (Foto: Cedida por Tonecho) |
Una de las preguntas que tenía pendiente de hacerle a Mario tiene que ver con sus primeros recuerdos con el basket. Su trayectoria en las pistas ya fue abordada en este blog hace unos meses, pero quedaba por saber cómo había ido a parar a Cataluña desde su A Coruña natal. La respuesta está en la participación del equipo de su colegio, el Santa María del Mar, en un Campeonato de España representando a Galicia. Un equipo de colegio (en el sentido estricto de la palabra) que iba a competir durante unos días con los clubes más fuertes de España. Fue en ese torneo en el que Aíto le echó el ojo y decidió llevárselo a Badalona para jugar en el Cotonificio. Y es que una de las cunas del basket español tenía en aquellos años dos equipos en la actual ACB. Uno era la Penya. Al otro se le conocía como el equipo algodonero y tenía de segundo entrenador a un tal Manel Comas.
Con el clásico tiro en suspensión (Foto: Cedida por Tonecho) |
Y es que el sueldo (en pesetas) no era tampoco para echar cohetes, pero el jugador tenía también una serie de extras que hacían que la relación entre la plantilla y la directiva fuese todavía más estrecha. Por ejemplo, un directivo en aquel entonces (Sebi) era mecánico y arreglaba los coches de los jugadores cuando tenían algún problema, incluido el Seat 600 de Mario Iglesias. También comían en el restaurante de otro miembro de la directiva, Serafín, ya fallecido. "Era totalmente distinto a lo de ahora", remarca. Por mucho que los jugadores se puedan sentirse cómodos en Compostela, difícilmente se llega en el basket actual a esos niveles de proximidad entre afición, jugadores y directiva.
No obstante, en el terreno extradeportivo también hay sitio para los momentos agrios. Porque es necesario introducir un matiz. "Más que el cariño de la gente, me quedo con el cariño de las personas. En el mundo hay mucha gente, sobre todo cuando estás arriba, pero hay pocas personas". Cita nombres vinculados de toda la vida al obradoirismo como Tonecho Lorenzo, Manolo Vidal o Antonio López Cid, "que me enseñó todo lo que sé, incluso la mala leche en la pista". "López Cid daba cinco asistencias cada partido", recuerda.
MATARÓ: EL PARTIDO
Lo deportivo. Mucho de lo que hablar desde que Mario Iglesias Botia aterrizó en Obradoiro a finales de los setenta y se marchó (de forma definitiva) en el verano de 1988. En el medio, un paso por el Bosco de A Coruña -lo que le permitió volver a su ciudad- que duró dos temporadas. Y un epílogo en distintos equipos como Oviedo o Aguas de Mondariz de Vigo. Pero el nombre de Mario Iglesias estará siempre unido al Obradoiro.
Y en ese recorrido hubo tiempo para casi todo. Momentos de los buenos, como el campeonato de España de Segunda División (1985), el ascenso a la actual ACB (1982) o las temporadas de buen baloncesto que vio Santiago durante la época de Bill Collins, Ricardo Aldrey y compañía. También vivió el fracaso colectivo que supone un descenso de categoría. Con la agravante de que eso fue lo que pasó en su último partido oficial con la camiseta de Obradoiro, en el cuarto partido de un play-out en Andorra. Difícil imaginar un peor final tras muchas temporadas defendiendo a un mismo club.
Y en ese recorrido hubo tiempo para casi todo. Momentos de los buenos, como el campeonato de España de Segunda División (1985), el ascenso a la actual ACB (1982) o las temporadas de buen baloncesto que vio Santiago durante la época de Bill Collins, Ricardo Aldrey y compañía. También vivió el fracaso colectivo que supone un descenso de categoría. Con la agravante de que eso fue lo que pasó en su último partido oficial con la camiseta de Obradoiro, en el cuarto partido de un play-out en Andorra. Difícil imaginar un peor final tras muchas temporadas defendiendo a un mismo club.
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Mario, en el famoso partido de Mataró (1982) |
Lo de Mataró ya se ha contado también con pelos y señales. Y Mario Iglesias -al que otro obradoirista, José Manuel Calvelo, se refirió recientemente en Facebook como El Gamo- tampoco lo ha olvidado. ¿Cómo olvidar algo así? "En la primera parte perdíamos de 12", relata. Agarrotados por la presión de quedarse sin ascenso en el último partido, lo que Alberto Abalde definió como "remar tanto para quedarnos en la orilla". El sueño se esfumaba tras tocarlo con las punta de los dedos.
Pero todo cambió en la segunda parte. Las canastas empezaron a entrar, la defensa subió de nivel y el Obra comenzó a carburar. Y ahí apareció una vez más Mario Iglesias Botia. Él mismo lo recuerda sin apelar a la falsa humildad. "Me los comí en la segunda parte, con 17 puntos". Así de claro. Entre Mario y Gil enchufaron 53 de los 89 puntos que le valieron al Obradoiro para ascender a la actual ACB aquella mañana de domingo.
Celebración en Lavacolla tras el ascenso de 1982 |
¿Y LA ACB?
La última pregunta tiene que ver con la que puede parecer el gran lunar de la trayectoria de Mario Iglesias como deportista: la élite. La ACB. A día de hoy cuesta entender como un jugador de sus características nunca llegó a disputar ni un minuto en la máxima categoría del basket español, y más si se tiene en cuenta que en aquella época el número de jugadores extranjeros no pasaba de dos por equipo, por lo que los jugadores españoles tenían mayores oportunidades de formar parte de los equipos de primer nivel por la sencilla razón de que los necesitaban. Lo de Bosman era sencillamente inimaginable.
La primera razón podría estar en que nuestro protagonista prefirió ser cabeza de ratón antes que cola de león en un equipo ACB, en el que nunca tendría el protagonismo que sí tuvo en la segunda categoría. Pero el principal motivo está en sus problemas físicos. En las malditas rodillas, un problema que -como él mismo ha admitido- tendría una solución de haberse producido hoy en día y con los tratamientos que en aquel momento no existían.
Y es que el Obra contrató como entrenador para su estreno en la élite al yugoslava Todor Lazic. Y Mario Iglesias sabía de sobra que con un mister de estas características era prácticamente imposible tener minutos sin entrenar al máximo nivel. "Con los entrenadores yugoslavos, el que no entrena no juega. Quizás con un entrenador que comprendiera eso... [sus problemas físicos], pero con un yugoslavo no era posible", resume. Los jugadores que vivieron aquello dan fe de la dureza de los entrenamientos y de la exigencia física de aquellos meses. "Por ejemplo ahí estaba Ricardo Aldrey, que era una moto, una bestia entrenando", recuerda. Él era consciente de sus limitaciones, y esa espina quedó ahí.
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Mario, en A Coruña, en la entrevista que le realizó Cristina Guillén para El Correo Gallego |
(Artículo publicado también en el número 4 de SCQ Basket)
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